Con mucho gusto me he sumado al homenaje que
la Pontificia Universidad Católica de Chile, la Universidad de Los Andes, la
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y la Universidad Santo Tomás han
querido rendir a la memoria de su amigo el profesor Álvaro d’Ors.
La verdad, como se descubrirá al hilo de mis
palabras, es que mi elección para integrar la mesa de oradores en esta ocasión
no puedo explicarla sino por mi conocida admiración a ese sabio maestro (unida
a un profundo agradecimiento a la ayuda y amistad que él me dispensó).
Por cierto, también es explicable mi
presencia aquí, dada mi amistad, incentivada por él, con dos de sus discípulos
más queridos, que también y con más propiedad comparten este homenaje, como es
el caso de Francisco Samper y Alejandro Guzmán. Igualmente, no puedo dejar de
mencionar que la presencia de Joaquín García-Huidobro es grata, dado que con
Joaquín nos conocimos en Pamplona, y compartimos muchas actividades con don Álvaro.
Estar junto a dios en este homenaje me llena de satisfacción.
Pues los nombres de los hoy profesores Bertelsen,
junto a Samper y Guzmán, dicho así a secas (usando sólo sus apellidos) a la usanza
española, estos últimos dos discípulos directos del maestro, dejaron una huella
en Pamplona; ellos cimentaron ante el maestro que homenajeamos, y en la pléyade
de grandes profesores de esa querida Universidad de Navarra, un gran prestigio.
Por lo tanto, fue facilitador para los doctorandos chilenos que llegarnos allí
después de ellos, como fue mi caso, el de Joaquín (García Huidobro) y de tantos
otros compañeros.
Yo puedo decir que nos beneficiamos
ampliamente de la huella de magníficos estudiantes y universitarios que habían dejado
los profesores Sampa, Guzmán y Bertelsen en esa Universidad. Fue evidentemente
la puerta de entrada para poder unir nuestra admiración hacia don Álvaro con el
contacto personal.
Y desde este punto deseo partir, pues yo no
fui discípulo directo de d'Ors (menciono a partir de aquí sólo su apellido, pues
así sugería que se refiriese uno a é l al citarlo como autor, en los escritos;
pero se hacía difícil). Lo que haré será transmitir un perfil de su figura, como
académico, desde la perspectiva de un doctorando de derecho público, específicamente
de derecho administrativo, con una tesis más específica aún: de una disciplina
derivada del derecho administrativo: de derecho minero.
1. Una explicación de
la conexión de un administrativista con el maestro d’Ors
Mi paso por la Universidad de Navarra estuvo
centrado en obtener mi grado de doctor en la disciplina del derecho administrativo.
Así, fui adscrito al departamento correspondiente, y tuve como director de: tesis asignado a un especialista
de esa materia, al prof. Francisco González Navarro. Pero, a pesar de que mi
preocupación principal era y es globalmente la disciplina del derecho administrativo,
y algunas de sus subespecialidades, como el derecho de minería, pronto descubrí
que había allí en esa Universidad un sabio, con tal renombre que cabía intentar
conectarse hacia él del modo que fuera.
Esta idea existía en casi todos los doctorandos.
Por cierto todos con una gran admiración, pero cada uno debía ver, con alguna
prudencia, ya veremos por qué, si se acercaba o no al maestro. Primero, era cautivante
su presencia física, los rumores de cómo era él, de sus discípulos chilenos (y
ahí surgían inmediatamente los nombres de Guzmán y Samper), de sus cursos
llenos de alumnos, de los seminarios de los viernes repletos de profesores y
alumnos escuchándolo, de sus libros, en fin, de su inigualable paso hacia su
escritorio en medio de los anaqueles de derecho romano en el segundo piso de la
biblioteca de Humanidades.
Como fuese, sin posibilidad de entrar en
detalles ahora, hablé con mi maestro y lo convencí de la necesidad de que en mi
tesis cabía efectuar una reconstrucción histórica, y eso me llevaba a las aguas
del derecho romano, y… por supuesto, me acercaba a la posibilidad de contacto
con el sabio d 'Ors. Yo argumenté que parecía aceptable que en mi tesis hubiese
un primer capítulo de derecho romano; y así se conversó entre ellos. Ambos
aceptaron y logré mi objetivo: quedé por un tiempo en las manos de d 'Ors. Más bien,
en las manos y en los papeles de d 'Ors.
Él aceptó de muy buena gana que yo comenzara
a trabajar n el tema de las minas ante el derecho romano, pero… existían
algunos inconvenientes, a los que me refiero en seguida.
2. Antecedentes que
parecían infranqueables para trabajar con d’Ors
a)
Primer inconveniente: “el derecho administrativo no es derecho”. El maestro tenía
ideas muy particulares sobre las disciplinas de derecho público, y en especial
del administrativo, a tal punto, que una de sus primeras opiniones, ineludibles
ante el tema, me dejaron atónito: el maestro dijo: “Vergara, en realidad el
derecho administrativo ¡no es derecho propiamente dicho!, es más bien parte de
la ciencia de la organización social, y eso ha de saberlo Ud. desde un primer
instante; vea lo que digo en mi librito Una
introducción al estudio del derecho (del cual incluso Guzmán Brito hizo una
edición en Valparaíso).”
Si bien parecía chocante, operó en mí como un
acicate: debía intentar comprender por qué él decía eso. Simplemente me llevó a
leer todo lo escrito por d'Ors que llegara a mis manos, en relación al derecho
público. Y fue sencillamente fascinante. Entonces, este primer obstáculo fue
superado por mi entusiasmo y su aceptación.
b)
Segundo inconveniente: el latín y el derecho romano. Mi falta de
conocimiento aceptable del latín y de la disciplina del derecho romano, en
forma, pues el que fue mi profesor de pregrado en la Universidad de concepción
en realidad era un buen profesor y una gran persona, pero no un investigador de
la disciplina; era de aquellos profesores de derecho romano que llamamos, y aún
ellos mismos solían llamarse, “profesores de derecho civil con latinazgos”.
Pues bien, me puse a leer desesperadamente textos recomendados de derecho
romano, partiendo por el DPR del maestro (así llamábamos al Derecho privado romano de d’Ors) y a
profundizar mi modesto latín. De igual modo, este segundo obstáculo
medianamente fue superado por mi entusiasmo y su desesperación.
c)
Tercer inconveniente: un desmayo mítico. Un hecho dramático sobre el cual todos nos
íbamos enterando podría haber actuado como disuasivo a mi firme voluntad de
trabajar con el maestro: otro chileno, un doctorando, que aun permanecía en
Navarra, dedicado a otra disciplina de derecho vigente, se le había ocurrido la
misma idea mía de hacer un capítulo introductorio de derecho romano y se había
puesto bajo las manos del maestro. Todos escurrían el siguiente rumor: Que ese
doctorando chileno, después de una primera reunión y de un tiempo suficiente de
intenso trabajo, le había llevado a d'Ors la primera versión de su capítulo
para la revisión de d'Ors. Pero, se decía que la reacción de d'Ors, después de
leerlo, seguramente fue tan honesta y rotunda que nuestro compatriota cayó
simplemente desmayado en medio de la biblioteca de Humanidades, ante lo cual
don Álvaro desesperado pedía ayuda, diciendo: “se desmayó el chileno, se desmayó
el chileno...”. Bueno, este era un mito que corría por los pasillos
y habrá que averiguar de quién se trató. Este tercer inconveniente tampoco me
amilanó.
d)
Cuarto inconveniente: ni un cuarto de discípulo. Yo no iba a ser
claramente un discípulo del maestro, ni siquiera un cuarto de discípulo, como
una vez me espetó, pero él aceptó que trabajase en la materia de derecho minero
romano, dirigido por él. Hice con mayor o menor fortuna un capítulo sobre
derecho minero romano. Debo confesar que no me desmayé ante los comentarios que
me hizo el maestro luego de revisar la primera versión, pero cerca estuve de un desvanecimiento.
Entonces, es a partir de esta experiencia,
desde la que deseo remarcar las cualidades personales y académicas del maestro:
de un doctorando que sólo por empeño personal fue aceptado cerca del maestro.
3. La dedicación del
maestro a los escritos de sus discípulos o dirigidos
Ese capítulo derecho minero romano sólo pudo
ser escrito gracias a la guía de d 'Ors,
y aprendí de él no sólo un poco de derecho romano (sólo por mis carencias era
poco, pues tenía ante mí a una de las más eminentes figuras europeas de la
disciplina) sino por su actitud académica y humana admirable.
a) Su
dedicación al escrito.
Cada vez que yo busqué un momento para hablar o necesité de su tiempo para la
revisión de mis borradores, así fuese día sábado, nunca obtuve una respuesta
siquiera que significase dilación. Guardo como un tesoro académico el primer
borrador que él corrigió de mi capítulo. Revisó cada línea. Aún en sus más
duros comentarios hacía una entrega y una delicada forma de transmisión de
sabiduría; nunca un comentario de descalificación, ni demoledor. Sólo honesto.
Esa honestidad bastaba en todo caso, para quedar demolido algunas veces. Me
quedó grabado el comentario general que el escribió en mi primer borrador: “Es notoria su falta de familiaridad con el
derecho romano…” En la última versión me decía que había logrado sólo
acercarme un poco…
Después de varias correcciones, cada vez más
profundas, me dio el pase, y aceptó que
ese capítulo integrase mi tesis doctoral, y ello fue motivo de una gran
alegría. Pero al costo de dejar muy poco tiempo para el resto de los capítulos,
pues he de confesar que el promedio de horas y días de cada página del capítulo
de derecho romano, fue casi el triple que el del resto de los capítulos. Pero
para mí eso fue cautivante, motivador, formativo. No tengo sino palabras de
agradecimiento.
La lección fue para mí permanente: aprendí
que los profesores debemos corregir como corresponde los papeles que presentan los
alumnos, y aun más las tesis. Eso es duro, por cierto, pero es algo muy importante
de la huella que dejó en mí el sabio maestro.
b) Su dedicación personal. Pero el hecho
mismo de que este maestro tuviese puesta su vista en el modesto papel de un doctorando
chileno, sin más antecedentes que esos, me llenaba de alegría y me dejó otra lección
permanente .Yo, un simple chileno, soy motivo de atención de d'Ors, me decía a mí mismo, para
tratar de convencerme. Resultaba impresionante. Pero, al mismo tiempo,
exigente, pues no resultaba adecuado ir a hablar con d'Ors sin tener preguntas
inteligentes. Y é l mismo así lo decía: “pregunta
el que puede, responde el sabe”.
4. Un romanista en la
formación de un administrativista
a) En la defensa de la tesis doctoral. Y así
se originó mi contacto académico con d’Ors. Pero él fue leal a este cuarto de
discípulo, y me acompañó hasta el día mismo de mi defensa de tesis doctoral,
evento en el cual él insistió que deseaba estar, aunque era raro ya que él me
había “dirigido” en un capítulo de la
misma. Pero él quería ver también como defendía
yo algunos aspectos de método que fueron quizás tan relevantes como el tema de
fondo mismo, por ejemplo, el método de investigación retrospectiva de los
institutos jurídicos, pues me hacía partir la exposición desde el presente,
esto es, desde el derecho vigente, hacia atrás, como río arriba, hasta llegar “al manantial romano” expresión que le gustó mucho que yo
escribiese.
Igualmente aprovecho de recordar a otro gran
maestro que integró el tribunal de mi tesis, don Ismael Sánchez Bella, quien me
dirigió en toda la parte de derecho histórico, con el cual tengo deudas académicas
paralelas a las de d’Ors.
Volviendo a d 'Ors, aún recuerdo que una vez
finalizada la defensa, dado que él no asistiría al almuerzo de estilo, lo fui a
dejar en mi auto a su casa, junto a mi mujer, y en el momento de bajar del auto, al despedirme de él
en esa ocasión, me entrega un ejemplar de su DPR (ejemplar que constituye uno de
los tesoros de mi biblioteca), con una dedicatoria preciosa, muy significativa.
b) Ese capítulo de derecho romano de mi tesis
fue afortunado, pues tuve la alegría de verlo publicado después en la Revista de Estudios Histórico-Jurídicos,
gracias a Alejandro Guzmán.
Debo decir que seguramente el maestro debió
haber sentido que con ese trabajo mío no quedaba para nada cerrado el tema; más
bien al contrario; y fue así como más tarde entusiasmó seguramente a un
discípulo, a Antonio Mateo, para que hiciese un trabajo sobre el derecho minero
romano, recientemente publicado en 2001, el cual sí lo debe haber dejado
conforme en cuanto a esfuerzo y resultados. A mí siempre me felicitó por el
gran esfuerzo desplegado.
Pero así no termina mi conexión intelectual
con d’Ors. Es más bien el comienzo.
5. La multitud de
facetas científicas del maestro d’Ors
Mi admiración por el maestro haría
extensivo mi interés hacia otras facetas de la obra científica de d’Ors. Y a
eso deseo referirme.
a)
El caso del dominio eminente. Ese fue otro capítulo de mi tesis doctoral,
dado que existió en Chile una doctrina que explicaba el vínculo del Estado con
las minas a través de ese concepto. Aunque no era un tema de derecho romano, el
maestro nuevamente me dirigió el estudio de la materia introduciéndome en
Grocio (siempre me repetía: Grocio fue un gran inventor de conceptos
jurídicos), todos los racionalistas, hasta el derecho civil moderno. Dado que
él notó que para el debate chileno era importante, me invitó especialmente a su
seminario para que fuera ponente del tema, al que se le dedicó una tarde de
discusión, a la que asistieron también algunos doctorandos chilenos. Fue un
verdadero premio para mí como simple doctorando, exponer ante él y algunos de
sus discípulos y doctorandos. Pero una lección por la variedad y amplitud de su
mirada del derecho.
b)
La propietarización de los derechos. Luego de doctorarme, volví a Pamplona
en varias ocasiones, durante el mes de febrero regularmente, y nuevamente me
premió para exponer en su seminario otro tema que me preocupaba: lo que yo en
definitiva llamé, con su ayuda, debo reconocerlo, la “propietarización” de los derechos, fenómeno cuya profundidad él
percibió claramente. Nuevamente, demostraba el maestro su amplia comprensión.
Me alegro de haber sido una especie de promotor, si bien le correspondió a
Alejandro Guzmán hacer los aportes más significativos en este tema, a través de
su libro sobre las cosas incorporales. Pero debo señalar que el maestro estuvo primero,
incentivándome a mí a seguir con ese tema. Lamentablemente, no he tenido
fuerzas ni ingenio para profundizarlo.
c)
Su posición sobre el derecho de propiedad y la economía. Mi admiración por
el maestro me ha hecho republicar varios de sus trabajos en Chile (6 en total),
pero el más arriesgado para nuestro medio tan liberal, fue su trabajo “Premisas
morales para un nuevo planteamiento de la economía”, en la Revista Chilena de Derecho, en 1990, en donde afirma: “¡el
comunismo es moralmente mejor que el capitalismo!” Luego otro escrito sobre la
historia del derecho de propiedad y las modernas relaciones de trabajo en la
empresa capitalista, en la Revista Temas de la Universidad Gabriela Mistral.
La verdad es que fue polémico aquél
trabajo de 1990, y en los pasillos de la Universidad Católica varios se
preguntaron sobre el tema; pero sólo escribió, contestándole a don Álvaro, el
teólogo Jesús Ginés. Eso le gustó al maestro, quien me envió de su puño y letra
la réplica, también publicada en esa Revista
Temas. Eso muestra la atención que él dispensaba a las ideas ajenas y su
ánimo por el debate académico.
d)
“Dedíquese mejor al derecho de aguas”. La verdad es que cuando le envié de
regalo mi libro de derecho de aguas, en 1998, me hizo varios comentarios que
denotaban su lectura de pasajes completos, lo que para mí fue y es motivo de
orgullo. Pero es que él siempre me había insistido en me dedicara al derecho de
aguas, más que al derecho minero. No sólo me lo decía porque sabía de mi
tradición familiar, dado que mi padre había sido un especialista en la materia,
sino por una razón extraacadémica: porque él consideraba que el derecho minero
está cercano a una explotación realizada por extranjeros (así había sido en la
Península Ibérica primero por los bárquidas y luego por los romanos; en
América, primero por los conquistadores/colonizadores españoles y ahora por las
empresas norteamericanas y de otros países, esto es, casi siempre extranjeras)
y, agregaba: “Ud. tiene que ser abogado de extranjeros en definitiva. Distinto
es el caso de las aguas, dado que la aprovechan los del lugar; y eso es
socialmente más valioso”. Una idea del maestro…
e) Carl
Schmitt.
Mi admiración por este jurista alemán nació de mis conversaciones con d’Ors. No
deseo profundizar esto, pero todos saben de la admiración de d’Ors por Schmitt,
y de la nutrida correspondencia que mantuvieron (acaba de ser publicada en
alemán). Esto se lo agradezco a él, y muchos en España ya reconocen el papel
relevante de d’Ors en el conocimiento tan amplio que sobre el jurista alemán se
tiene hoy.
f) Una
crítica al maestro.
Sólo meses antes de su deceso publiqué en nuestra Revista Chilena de Derecho una reseña a uno de sus últimos libros: El espacio y el derecho.
Lamentablemente, no alcanzó a leerla pero supo de su preparación; aún más él me
animó a hacerla, en un estilo admirable, sabiendo de mi disconformidad con su
pensamiento en ese punto.
Qué distancia de argumentación entre mi
sencilla reseña y su texto admirable, bello incluso, pero eso para mí es una de
sus últimas lecciones: escríbala, a ver, a ver qué sacamos de ahí.
g) En fin, permítanme una debilidad, para
referirme a una afición curiosa para algunos de mis amigos: mi juvenil y permanente admiración por
Tintín, creado por el belga Hergé; o más bien por el fenómeno, por los
álbumes y la literatura tintiniana, esa metáfora socio-política del siglo XX
europeo. Cuando descubrí que d’Ors también compartía esa admiración, me dio
ánimos para persistir en ella. Si el maestro se daba ese lujo, como me iba yo a
avergonzar de este hobby mío, que hoy puedo considerar tranquila y públicamente
como uno de los temas más serios a que dedico mi vida, por su cercanía con el
alma humana.
6. El legado
permanente de d’Ors para todo jurista: observad la multitud de libros, textos y
temas que cubren su obra.
No puedo enumerar, pero muchas de ellas han
sido y seguirán siendo importantes para mí.
Al comenzar a preparar este papel, tuve que
mirar en varios sitios de mi biblioteca, en donde, diseminados en varios
anaqueles, están los precisados ejemplares de los múltiples libros que sobre
múltiples materias escribió d’Ors, y en los cuales siempre hay algo de interés.
Dejando de lado su infinidad de aportes al derecho romano (sobre lo que no
podría decir nada estando al lado de los romanistas Samper y Guzmán), sólo
menciono algunos textos que les aseguro seguirán siendo muy importantes para
nuestra formación:
a) Sus traducciones de la República y Las
Leyes de Cicerón, con sus formidables prólogos.
b) Sus cuatro tomos sobre el Sistema de las
Ciencias, que mis alumnos saben que abren cada curso de doctorado que realizo.
c) Su Nueva
introducción al estudio del derecho, que es un verdadero golpe en la mente
del jurista actual.
d) En fin, sus libros de escritos reunidos:
desde sus escritos varios sobre el derecho en crisis; sus papeles del oficio
universitario; los nuevos papeles; sus ensayos de teoría política; su Parerga Histórica; si crítica
romanística; escritos todos estos para ser leídos una y otra vez; su preciado
por razones de vivencia personal, La
violencia y el orden, en donde hay una frase que deseo citar. Dice
pertenecer a “una estirpe odiada por las
izquierdas, pero que no inspira confianza a las derechas, quizás por su
carácter puramente intelectual”.
Pero es que ahí está el valor de la obra
permanente de d’Ors: su carácter puramente intelectual.
El intelecto de un romanista para todos los
juristas.
[En: Álvaro
d’Ors, homenaje a un maestro (Santiago, Universidad Santo Tomás), 2005, pp.
87-98]