26 de junio de 2006

Incumplimiento de labores y desalojo del empleador


Herman Melville
Bartleby, el escribiente

Textos escogidos por Alejandro Vergara Blanco


(Dos personajes: un abogado-narrador, que representa la ley y el orden; y Bartleby, el rebelde, el «isolato», que escoge la soledad y rechaza los vínculos sociales; que se niega a adaptarse a las normas establecidas.)

“La naturaleza de mis ocupaciones me ha puesto en contacto los amanuenses o escribientes. He conocido a muchos. Pero renuncio a las biografías de todos los demás por unos pasajes de la vida de Bartleby, que era el más extraño que jamás haya visto o del que haya oído hablar.

Soy un abogado sin ambición que realizó un trabajo cómodo relacionado con obligaciones, hipotecas y títulos de propiedad de los ricos.

Tenía yo a dos personas empleadas como copistas en mi despacho. Mi trabajo –de confeccionar escrituras de traspaso y rastrear títulos de propiedad - se había incrementado considerablemente, y necesitaba ayuda adicional. En respuesta a un anuncio, apareció Bartleby. Le contraté. Al principio, escribió en cantidades extraordinarias, en silencio, de forma mecánica.

Como es indispensable verificar la exactitud de la copia de un escribiente, palabra por palabra, al tercer día llamé a Bartleby, exponiéndole que quería que examinara conmigo un documento. Para mi sorpresa, mejor, consternación, Bartleby contestó con voz suave y firme:
– Preferiría no hacerlo.
Me quedé sentado, en silencio, recuperando mis facultades aturdidas. Repetí claramente mi petición; pero en un tono igual de claro llegó la respuesta anterior:
– Preferiría no hacerlo.
– ¿Qué quiere decir? ¿Está usted loco? Quiero que me ayude a comparar esta hoja, ¡tenga! –y se la tiré.
Preferiría no hacerlo –dijo él.
Me quedé mirándole un rato, y luego volví a sentarme en mi escritorio. Decidí olvidar el asunto por el momento.

Pocos días después, Bartleby terminó cuatro largos e importantes documentos que era necesario examinar con gran exactitud.
– ¡Bartebly! Las copias –dije yo–, vamos a comprobarlas. Tenga –y le alargué el cuarto cuadruplicado.
– Prefiriría no hacerlo –dijo, y desapareció suavemente tras el biombo.
Por unos momentos me quedé petrificado. Recuperándome, le pedí explicación de tal conducta extraordinaria.
– ¿Por qué se niega?
– Preferiría no hacerlo.
– Son sus propias copias las que vamos a examinar.
– Preferiría no hacerlo –replicó con voz aflautada.
– ¿Está usted entonces decidido a no acceder a mi petición?
Me dio a entender brevemente, que sobre ese punto mi juicio era acertado. Sí, su decisión era irrevocable. Decidí nuevamente posponer la consideración de este dilema”.

(…) “La conclusión fue que pronto se convirtió en un hecho establecido, el que, en mi bufete, un escribiente joven y pálido, de nombre Bartleby, tenía un escritorio; que copiaba para mí a razón de los habituales cuatro centavos por folio (cien palabras), pero que estaba exento permanentemente de comprobar su trabajo; normalmente se entendía que él «preferiría no hacerlo», en otras palabras, que se negaba en redondo.

Un día noté que Bartleby no escribía, y al preguntarle por qué, dijo que había decidido no escribir nada más.
– ¿No va a escribir más?
– Nada más.
En respuesta a mis apremios, me comunicó que había dejado de copiar para siempre. (…)

Ya no hacía nada en la oficina. ¿Por qué había de quedarse? Con el mayor tacto, le dije que al cabo de seis días tenía que dejar la oficina. Pero, al expirar el plazo,  ¡allí estaba Bartleby!
– Debe usted abandonar este lugar.
– Preferiría no hacerlo –replicó.
Tiene que hacerlo
– Preferiría no dejarle –contestó, subrayando suavemente el no.
-Pero, ¿qué derecho humano tiene usted a quedarse aquí? ¿Paga usted alquiler? ¿Paga usted mis impuestos? ¿O acaso es suya esta propiedad?
No contestó. (…)
– ¿Qué voy a hacer?, me dije ahora.

Entonces, no ya hay más que hablar. Como él no me va a abandonar, yo tengo que abandonarle a él. Cambiaré de oficinas. Contraté carromatos y hombres, me dirigí a mi bufete y, todo se trasladó en pocas horas…




[Publicado en La Semana Jurídica, Nº 294, 26 de Junio de 2006]

19 de junio de 2006

Derecho procesal en pingüinia

Anatole France 
“La isla de los pingüinos” 

Textos escogidos por Alejandro Vergara Blanco


[Primera parte, en: La Semana Jurídica Nª 291, 5 al 11 de junio de 2006, p. 3.]

Los tiempos modernos. [proceso a Pyrot]

 El proceso de las ochenta mil pacas de heno. El entonces ministro de la Guerra, Greatauk, duque de Skull, no soportaba a Pyrot: le reprochaba su eficacia, su nariz ganchuda, su engreimiento, su afán de superación, sus labios gruesos y su conducta intachable. Cuantas veces se llevaban a cabo pesquisas para hallar al culpable de un hecho bochornoso, Greatauk decía: ¡Ese fue Pyrot!


Una mañana habían desaparecido ochenta mil pacas de heno destinadas a la caballería y no se hallaban trazas de ellas. Greatauk exclamó:
--¡Estoy seguro de que fue Pyrot quien las robó!
-- Es cierto –respondió Pnather-, pero es necesario probarlo. (…) Presentaré ante los tribunales a Pyrot, acusado de haber robado ochenta mil pacas de heno
-- Señor ministro, acabo de examinar todo lo referente a las ochenta mil pacas de heno y no tenemos pruebas contra Pyrot.
-- Pues hállenlas –respondió Greatauk-, es una exigencia de la justicia. Ordene inmediatamente que arresten a Pyrot.

[Pyrot fue secretamente juzgado y condenado]  

Afortunademente –dijo el General Panther- los jueces tenían la convicción de que era culpable, porque no existían pruebas.

[No podían destruir las pruebas de la acusación porque no les era posible conocerlas; y no podían conocerlas porque no existían. La culpabilidad de Pyrot era indestructible porque estaba sustentada en la nada.]

Y así, con legítimo orgullo, con palabras propias de un verdadero artista, Greatauk le dijo un día al general Phanter: “Este proceso es una obra maestra: ha sido hecho con nada”

[De pronto descubrieron que las ochenta mil pacas de heno nunca habían existido.]

-- ¿Qué es esto?
-- Pruebas contra Pyrot –señaló con satisfacción el general Panther. No las teníamos cuando lo condenamos, pero ahora las poseemos en abundancia. Son nuevas pruebas contra Pyrot que nos están llegando.
-- Está bien, ¡me parece muy bien! Pero temo que con todo esto se prive al caso Pyrot de su encantadora simplicidad. ¿Algunas de esas piezas de convicción son falsas?
-- Algunas han sido amañadas
-- Eso es lo que quería decir. ¡Tanto mejor si algunas son amañadas! Esas son las mejores. Como pruebas, las acusaciones falsas, en sentido general, resultan más valiosas que las verdaderas. Primeramente, porque han sido elaboradas ex profeso, según las necesidades de la causa, a solicitud y a la medida, lo que hace que resulten exactas y justas.

 El Proceso Colombán. Al presentarse ante los tribunales en audiencia pública, Colombán se dio cuenta de que sus jueces no eran nada curiosos. En cuanto abría la boca el presidente le ordenaba callarse alegando los altos intereses del Estado. Por la misma razón, que es la razón suprema, los testigos de la defensa tampoco fueron oídos.

 -- El infame Colombán afirma que no tenemos pruebas contra Pyrot. Y eso es una falsedad.

 El consejero Chaussepied. Los jueces de mayor jerarquía, reconocidos por su brillantez y erudición, componían un tribunal cuyo solo nombre daba una idea del peso de su poder. Se designaba con el nombre de Tribunal Supremo para dar a entender que en él se concentraba todo el peso de la ley, presto a pronunciarse sobre los enjuiciamientos y detenciones de los otros tribunales.

Uno de esos importantes jueces de toga roja del Tribunal Supremo, llamado Chaussepied, llevaba una vida modesta y tranquila en un barrio de las afueras de Alca. De alma pura, honrado corazón y razonamiento inclinado a la justicia, cuando terminaba de estudiar sus expedientes tocaba el violín y cultivaba jacintos en su jardín.

El consejero Chaussepied tuvo acceso a los documentos. Numerados y rubricados, ascendían a la cantidad de catorce millones seiscientos veintiséis mil trescientos doce. Al estudiarlos, el juez resultó primero sorprendido y después asombrado, luego estupefacto, maravillado, y, me atrevo a decir que, después de aquello, curado de espantos.

 Conclusión. El proceso fue anulado y a Pyrot lo sacaron de su jaula.



[Publicado en La Semana Jurídica, Nº 293, 19 de Junio de 2006]

17 de junio de 2006

Conducción por la izquierda II



Mi primera carta de la semana pasada sobre este tema ha desatado un vendaval. Y era esperable, pues a diario se repite en las autopistas la desagradable experiencia de encontrarnos con conductores "izquierdistas", cuya infracción a la ley es clara, pues se quedan pegados en la pista izquierda, adueñándose de ella, prohibiéndolo la ley.

A los "derechistas" habrá que probarles exceso de velocidad, pues sólo utilizan la pista izquierda para los adelantamientos, y sólo infringen la ley en caso de adelantar excediendo la velocidad permitida.

Pero el conductor "izquierdista" ha quedado expuesto además, como hemos comprobado en la serie de cartas anteriores, y en especial en el blog, a la grave acusación social de constituirse en una especie desagradable de la jungla caminera ojalá en pronta extinción. El tema no sólo es cultural, y solucionable en escuelas de conductores, sino pareciera que hay elementos psicológicos, sociológicos, de ingeniería de caminos, económicos. Hasta ahora en este debate han comparecido sólo conductores de uno u otro sector de la carretera y abogados; necesitamos la opinión de los especialistas señalados. ¿Esto afecta la circulación? ¿Las autopistas fueron diseñadas considerando a los "izquierdistas"? ¿Construirles un carril exclusivo a ellos para que destruyan entre sí su mito? ¿Resentimiento carretero?: ¡No te dejo avanzar!


Un divertimento final: una parodia ideológica de lo que ocurre en la carretera. Es necesario ser  "derechista" para "conservar" una regularidad en la marcha, salvo que aparezca por delante otro derechista más lento, al que habrá que adelantarlo "liberándose" por la "izquierda", sin olvidar cruzar e! "centro". Impide más gravemente el avance carretero el desagradable "izquierdista-izquierdista" está claro. Pues el "derechista-derechista" sólo está expuesto, a ser adelantado, dada su lentitud en avanzar. Para avanzar pareciera que es necesario ser "izquierdista", pero sólo por un rato, y teniendo que experimentar el paso por el "centro" de la carretera, para, luego volver a la "derecha", sin quedarse pegados en tal carril.



[Publicado en El Mercurio, Cartas al Director, 17 de junio, 2006]

9 de junio de 2006

Conducción por la izquierda



Señor Director:

Sin ánimo de metáfora política, manejar por la izquierda en las carreteras con doble o triple pista no es adecuado sino mientras se traspasa a otro vehículo, debiendo volverse de inmediato a la derecha.

Quedarse pegado en la pista izquierda no sólo impide a otros vehículos avanzar a mayor velocidad, sino que puede ser muy peligroso, pues obliga a sobrepasar por la derecha.

De nada servirán nuevas carreteras, aun con tres pistas, si tantas personas siguen manejando por la izquierda, a menor o igual velocidad que la permitida.

Quienes tengan la oportunidad de utilizar autopistas, por ejemplo, en Europa, podrán apreciar cómo existe la costumbre de retornar de inmediato a la derecha, cuando se traspasa a otro vehículo, dejando lo más desocupada posible la pista izquierda.

¿Cabría un análisis sociológico de esa masa de conciudadanos que suelen manejar por la izquierda en la carretera y no nos dejan traspasarlos sino por la derecha?
Algunos, al encenderles las luces, disminuyen la velocidad, incluso.

Creo que es un tema cultural. Es parecido a las escalas mecánicas: en países más cultos, los que andan menos apurados se sitúan a la derecha, dejando libre la izquierda, para que los que desean avanzar más rápido lo hagan por tal sector izquierdo.
¿Ha intentado hacerlo Ud. en alguna escala mecánica en Chile?


Casi lo único desagradable que queda en las autopistas es esta rara especie de conductores “izquierdistas” que se “adueñan” de una pista destinada al traspaso de vehículos más lentos.


[Publicado en El Mercurio, Cartas al director, 09 de junio, 2006]

5 de junio de 2006

Derecho civil y constitucional en pingüinia

  
Anatole France 
“La isla de los pingüinos”

Textos escogidos por Alejandro Vergara Blanco



[Parodia de la historia de la civilización. Su inicio: el bautizo, por error, de los pingüinos de una isla, protagonistas de esta novela.]

“(…) Los que Maël tomaba por seres humanos de pequeña estatua y grave apariencia eran pingüinos reunidos por la primavera, alineados en parejas sobre las graderías naturales conformadas por las rocas y que, de pie, mostraban la majestad de sus anchos vientres blancos (…)”.

[Acto seguido: una asamblea en el Paraíso, en que el Señor convocó a sabios y doctores, y les preguntó por la “validez” de ese bautizo, opinando, entre otros, San Agustín. Después de las deliberaciones decidió que esas aves serían convertidas en hombres, lo que le comunicó a Mäel el arcángel Rafael.]

  “Y el angel le dijo: Mäel, reconoce tu error: creyendo bautizar a unos hijos de Adán, bautizaste a unas aves. Por tu causa los pingüinos han entrado en la Iglesia de Dios. (…) Sirviéndote de la omnipotencia divina, dile a esas aves: “Convertíos en hombres”. Y así lo hizo el santo varón”.

[El relato se realiza en ocho libros, relativos a: los orígenes; los tiempos antigüos; la edad media y el renacimiento; los tiempos modernos y los tiempos futuros. Escogemos tres textos de la Gesta Pingüinorum.]

Los tiempos antiguos. / El deslinde de los campos y el origen de la propiedad.

(Bulloch:) El hombre es por naturaleza precavido y sociable. Ese es su carácter. No puede concebirse sin esa propensión a la apropiación de las cosas.

(Mäel:) ¿Podéis ver, hijo mío, a ese exaltado que troncha con sus dientes la nariz de su adversario derribado en el suelo, y a aquel otro que le aplasta la cabeza a una mujer con una piedra enorme?

Claro que los veo –respondió Bulloch-. En este momento crean el derecho y fundamentan la propiedad. También establecen los principios de las civilizaciones, las bases de las sociedades y los cimientos del Estado. / Fijan los límites de los campos. Este es el origen de todo orden social. Llevan a cabo la más augusta de las funciones. Su obra perdurará, a lo largo de los siglos, consagrada por los juristas y protegida y confirmada por los magistrados. / En materia de propiedad, el derecho del ocupante inicial resulta incierto y mal fundamentado. Por el contrario, el derecho de conquista reposa sobre sólidas bases.  Por lo que la fuerza constituye el único y glorioso origen de la propiedad. Esta surge y se mantiene con la fuerza. En ese sentido es soberana y sólo cede ante una fuerza mayor. Bulloch puede ser considerado como el creador del derecho civil en la Pingüinia.”

Los tiempos antiguos. / La primera asamblea de los estados generales de pingúinia

 “(Dijo el anciano Mäel:) debemos censar a los pingüinos e inscribir el nombre de cada uno en un libro. 

(Bulloch:) Nada es más urgente. Éste es un requisito indispensable para lograr una ordenada administración.

Enseguida el apóstol, ayudado por doce monjes, procedió al empadronamiento del pueblo”

Los tiempos modernos. Trinco.

La nación soberana había confiscado las tierras de la nobleza y del clero para venderlas a precio vil a los burgueses y a los campesinos. Los legisladores de la República promulgaron leyes terribles para la defensa de la propiedad y dictaron un edicto por el que se condenaba a muerte a quien propusiera el reparto de bienes. Los campesinos, convertidos en propietarios deseaban vehementemente el advenimiento de un régimen más respetuoso de la propiedad individual y más capaz de asegurar la estabilidad de las instituciones recién creadas.

Los pingüinos decidieron autogobernarse. Para ello eligieron una dieta o asamblea y la invistieron del privilegio de designar al jefe de Estado. Él mismo estaba sujeto a las leyes de la nación. El nuevo Estado recibió el nombre de cosa pública o República”.

[En los tiempos modernos también comparece el derecho procesal, con algunos procesos, en que la crítica mordaz a los tribunales y procesos no escapa al autor…(para una segunda parte)]



[Publicado en La Semana Jurídica, Nº 291, 5 de Junio de 2006]