Herman Melville
Bartleby, el escribiente
Textos escogidos por Alejandro Vergara Blanco
(Dos personajes: un abogado-narrador, que
representa la ley y el orden; y Bartleby, el rebelde, el «isolato», que escoge
la soledad y rechaza los vínculos sociales; que se niega a adaptarse a las
normas establecidas.)
“La naturaleza de mis ocupaciones me ha
puesto en contacto los amanuenses o escribientes. He conocido a muchos. Pero
renuncio a las biografías de todos los demás por unos pasajes de la vida de
Bartleby, que era el más extraño que jamás haya visto o del que haya oído
hablar.
Soy un abogado sin ambición que realizó un
trabajo cómodo relacionado con obligaciones, hipotecas y títulos de propiedad
de los ricos.
Tenía yo a dos personas empleadas como copistas
en mi despacho. Mi trabajo –de confeccionar escrituras de traspaso y rastrear
títulos de propiedad - se había incrementado considerablemente, y necesitaba
ayuda adicional. En respuesta a un anuncio, apareció Bartleby. Le contraté. Al
principio, escribió en cantidades extraordinarias, en silencio, de forma
mecánica.
Como es indispensable verificar la exactitud
de la copia de un escribiente, palabra por palabra, al tercer día llamé a
Bartleby, exponiéndole que quería que examinara conmigo un documento. Para mi
sorpresa, mejor, consternación, Bartleby contestó con voz suave y firme:
– Preferiría no hacerlo.
Me quedé sentado, en silencio, recuperando
mis facultades aturdidas. Repetí claramente mi petición; pero en un tono igual
de claro llegó la respuesta anterior:
– Preferiría no hacerlo.
– ¿Qué quiere decir? ¿Está usted loco? Quiero
que me ayude a comparar esta hoja, ¡tenga! –y se la tiré.
Preferiría no hacerlo –dijo él.
Me quedé mirándole un rato, y luego volví a
sentarme en mi escritorio. Decidí olvidar el asunto por el momento.
Pocos días después, Bartleby terminó cuatro
largos e importantes documentos que era necesario examinar con gran exactitud.
– ¡Bartebly! Las copias –dije yo–, vamos a
comprobarlas. Tenga –y le alargué el cuarto cuadruplicado.
– Prefiriría no hacerlo –dijo, y desapareció
suavemente tras el biombo.
Por unos momentos me quedé petrificado. Recuperándome,
le pedí explicación de tal conducta extraordinaria.
– ¿Por
qué se niega?
– Preferiría no hacerlo.
– Son sus propias copias las que vamos a
examinar.
– Preferiría no hacerlo –replicó con voz
aflautada.
– ¿Está usted entonces decidido a no acceder
a mi petición?
Me dio a entender brevemente, que sobre ese
punto mi juicio era acertado. Sí, su decisión era irrevocable. Decidí
nuevamente posponer la consideración de este dilema”.
(…) “La conclusión fue que pronto se
convirtió en un hecho establecido, el que, en mi bufete, un escribiente joven y
pálido, de nombre Bartleby, tenía un escritorio; que copiaba para mí a razón de
los habituales cuatro centavos por folio (cien palabras), pero que estaba
exento permanentemente de comprobar su trabajo; normalmente se entendía que él
«preferiría no hacerlo», en otras palabras, que se negaba en redondo.
Un día noté que Bartleby no escribía, y al preguntarle
por qué, dijo que había decidido no escribir nada más.
– ¿No va a escribir más?
– Nada más.
En respuesta a mis apremios, me comunicó que
había dejado de copiar para siempre. (…)
Ya no hacía nada en la oficina. ¿Por qué
había de quedarse? Con el mayor tacto, le dije que al cabo de seis días tenía
que dejar la oficina. Pero, al expirar el plazo, ¡allí estaba Bartleby!
– Debe usted abandonar este lugar.
– Preferiría no hacerlo –replicó.
– Tiene
que hacerlo
– Preferiría no dejarle –contestó, subrayando suavemente el no.
-Pero, ¿qué derecho humano tiene usted a
quedarse aquí? ¿Paga usted alquiler? ¿Paga usted mis impuestos? ¿O acaso es
suya esta propiedad?
No contestó. (…)
– ¿Qué voy a hacer?, me dije ahora.
Entonces, no ya hay más que hablar. Como él
no me va a abandonar, yo tengo que abandonarle a él. Cambiaré de oficinas.
Contraté carromatos y hombres, me dirigí a mi bufete y, todo se trasladó en
pocas horas…
[Publicado en La Semana Jurídica, Nº 294, 26 de Junio de 2006]