En la novena de Gustav Mahler (1860-1911), su tercer
movimiento es una verdadera ruptura al conjunto de la sinfonía. Este
desconcertante rondó burlesco (allegro assai) está situado entre el “lirismo” del
andante inicial y la profundidad y belleza incomparables del adagio final.
El auditor aficionado
y con oficio de jurista (no desde la “comprensión” de un musicólogo), en el tema,
motivo y episodio de este rondó burlesco puede llegar a “sentir” el pathos de la justicia en el “curso del mundo”.
Antecedentes biográficos y un análisis de su propia música permiten la conexión
de esta música con la justicia.
Primero, unos
testimonios del mismo Mahler. Él dedicaba la época estival para componer, alejado
del “ruido”, en un lugar campestre. Mahler sufría con los ruidos, los que
consideraba una “grosera violencia exterior”, y propiciaba “medidas públicas y
severas multas contra los atentados al oído”. Decía: “Típica a esta mirada, es
la historia de Federico el Grande y el molino, que ha sido aplicada a propósito
de los derechos humanos y sociales. Está muy bien que el campesino pueda
conservar sus derechos de frente al rey, pero la medalla tiene su reverso. El
molinero y el molino deben ser protegidos en su dominio, pero solamente si las
ruedas no crujiesen y no invadiesen descaradamente dentro del dominio de un
espíritu ajeno, produciendo molestias y daños incalculables. ¿Qué pensamientos quizás
ellos han aniquilado en un Voltaire cuando él era huésped de Federico el
Grande, y qué perjuicios han así producido a toda la humanidad? La historia no
lo dice”. (Mahleriana, 41).
[Resumimos esta conocida historia. Federico II tenía un palacio en las
afueras de la capital, junto al cual había un molino de viento, cuyas aspas
movían las ruedas de piedra, las que al moler producían mucho ruido. El rey,
molesto, le llamó y dijo al molinero:
—No podemos seguir juntos en este lugar. Usted no tiene dinero para
comprarme el palacio. Por eso será mejor que me venda su molino.
Dijo el molinero:
—Usted tampoco puede comprarme el
molino, pues no está a la venta. No lo venderé por ninguna suma. Aquí nací y
aquí quiero morir.
El rey respondió:
—Tasaremos ese viejo molino; le pagaré el valor resultante y mandaré
arrancar esa máquina.
Entonces el molinero le contestó:
—Señor rey, eso lo podría hacer usted si no hubiera jueces en Berlín…
El rey Federico II no insistió más. El molino quedó en su lugar como un
monumento a la justicia…]
Este es, entonces, el particular “sentimiento” de justicia en Mahler.
Segundo, una fisiognómica musical. El rondó en música, como en poesía, es la
repetición del tema principal, una y otra vez, separados por episodios
contrastantes, cambiando de tonalidad o volviendo a la inicial. Adorno ve en aquellos movimientos que no se detienen, que giran en sí
mismos, el perpetuum mobile: al sujeto
uncido al yugo del mundo; al “curso del mundo”.
En este rondó el sujeto está sojuzgado al “curso de la justicia del
mundo”. Pareciera que hay una lógica que mueve la pluma del compositor en este
rondó: ¡el dolor de la (in)justicia! La justicia hecha al sujeto (como en este
caso, al molinero) puede convertirse objetivamente en injusticia.
Su instrumentación
logra una textura sonora al límite de los estallidos. A las fanfarrias
iniciales le siguen unos pasajes horrorosos, con trompas; parece sentirse la
“medida por medida” de la justicia shakesperiana; en medio de una alegría
temeraria, como si en cualquier momento pudiera todo precipitarse en un abismo
sin fondo. El rompimiento burlesco que hay en este rondó es como
la vana esperanza de una vida justa que podría ser posible y no es. Para Adorno
es tan vana como la esperanza que se abre en la muerte de Joseph K. en El proceso de Kafka.
Escuchar a Mahler, es
sentir algo más que la música… Él decía: “Mi
música no es más que el ruido de la naturaleza”; en este rondó pareciera sentirse el ruido de la justicia…
[Publicado en La Semana Jurídica, Nº 344, 11 de junio de 2007]