Antígona
Sófocles
Selección de
Alejandro Vergara Blanco
[Creonte prohíbe que se dé sepultura a
Polinices como castigo por haber atacado la ciudad. Antífona, hermana de Polinices,
considera que enterrar a su hermano es un deber suyo ante los dioses y por lo
tanto está por encima de cualquier ley o derecho humanos, que está dispuesta a
desafiar sin importarle las consecuencias].
(Palacio
real de Tebas. Es de madrugada. Salen de palacio Antífona y su hermana Ismene)
Antígona. ¿Qué edicto es éste que dicen que acaba de
publicar el general para la ciudad entera?
En él está prescrito que quien dé sepultura al cadáver de Polinices reciba
muerte por lapidación pública en la ciudad. (…) Yo le enterraré. Hermoso será
morir haciéndolo; (…) cometer un piadoso crimen.
[“Piadoso crimen”: Sófocles utiliza aquí
lo que en retórica se llama oxímoron]
(Antígona sale. Entra Creonte)
Creonte. Ya están dispuestos guardianes del cadáver.
(Entra
un guardián de los que vigilan el cadáver de Polinices, arrastrando a Antífona)
Guardián. Alguien, después de dar sepultura al cadáver,
se ha ido, cuando hubo esparcido seco polvo sobre el cuerpo y cumplido los
ritos que debía. (…) Esta es la que ha cometido el hecho. La cogimos cuando
estaba dándole sepultura. (…) Y ahora, rey, tomando tú mismo a la muchacha,
júzgala y hazla confesar como deseas.
Creonte. A ésta que traes, ¿de qué manera y dónde la
has cogido?
Guardián. Ella en persona daba sepultura al cuerpo. (…)
La he visto enterrar al cadáver que tú habías prohibido enterrar.
Creonte. (Dirigiéndose a
Antífona.) Eh,
tú, la que inclina la cabeza hacia el suelo, ¿confirmas o niegas haberlo hecho?
(…) ¿Sabías que había sido decretado por un edicto que no se podía hacer esto?
Antígona. Digo que lo he hecho y no lo niego. (…) Sabía
lo que estaba decretado.
Creonte. ¿Y, a pesar de ello, te atreviste a
transgredir estos decretos?
Antígona. No fue Zeus el que los ha mandado publicar,
ni la Justicia
que vive con los dioses de abajo la que fijó tales leyes para los hombres. No
pensaba que tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal pudiera
transgredir las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Estas no son
de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe de dónde surgieron.
(Entran
en escena Ismene y Hemón, hijo de Creonte)
Ismene. ¿Y vas a dar
muerte a la prometida de tu propio hijo?
Creonte. (Dirigiéndose a
Hemón.) ¡Oh
hijo! ¿No te presentarás irritado contra tu padre, al oír el decreto
irrevocable que se refiere a la que va a ser tu esposa? (…) Al que la ciudad
designa se le debe obedecer en lo pequeño, en lo justo y en lo contrario. (…) No
existe un mal mayor que la anarquía.
Hemón. Padre, a mí, en la sombra, me es posible oír
cómo la ciudad se lamenta por esta joven, diciendo que, siendo la que menos lo
merece de todas las mujeres, va a morir de indigna manera por unos actos que
son los más dignos de alabanza: por no permitir que su propio hermano, caído en
sangrienta refriega, fuera exterminado, insepulto, por carniceros perros o por
algún ave rapaz. (…) No mantengas en ti mismo sólo un punto de vista: el de que
lo que tú dices y nada más es lo que está bien.
Creonte. ¿No se
considera que la ciudad es de quien gobierna?
Hemón. Es que veo que estás equivocando lo que es
justo.
(Sale
Hemón precipitadamente) (Entra Antífona conducida por esclavos)
Creonte. La llevaré allí donde la huella de los
hombres esté ausente y la ocultaré viva en una pétrea caverna, ofreciéndole el
alimento justo, para que sirva de expiación sin que la ciudad entera quede
contaminada. (…) Llevadla cuanto
antes y, tras encerrarla en el abovedado túmulo, dejadla sola, bien para que
muera, bien para que quede enterrada viva en semejante morada.
Antígona. ¿Qué derecho de los dioses he transgredido?
(Sale Antífona de la escena
conducida por los guardas) [Se ejecuta el decreto]
Mensajero. Han muerto, y los que están vivos son
culpables de la muerte.(…) Hemón
ha muerto. Su propia sangre le ha matado. Él en persona, por sí mismo, como
reproche a su padre por el asesinato. (…) Tu mujer ha muerto. (…) Hiriéndose
bajo el hígado a sí misma por propia mano, cuando se enteró del padecimiento
digno de agudos lamentos de su hijo.
Creonte. ¡Ay de mí!
[Publicado en La Semana Jurídica, Nº 331, 12 de Marzo de 2007]