Pedro Prado
Un juez rural
Extractos escogidos
por Alejandro Vergara Blanco
[El
arquitecto Esteban Solaguren es nombrado juez de subdelegación]
[El
almácigo de cebollas]
– Es la señora de las cebollas –explicó el
secretario-. Su demandado resulta ser don Beño. ¡Don Beño! ¿No lo conoce? Es un
tonto muy ladino.
– Sírvase repetir su demanda –dijo Solaguren-
¿Es un asunto de unas cebollas?
– Sí, señor juez; almácigos que este ladrón
me vendió sin ser el dueño.
[Después
de interrogar a ambos:]
– Escriba,
secretario, la sentencia: “En el caso de don Beño, o del almácigo de cebollas,
el juzgado desestima la demanda, porque no es verdad que existan en
transacciones de negocios los llamados tontos pillos”.
[Los
vagabundos]
La audiencia de los días martes era
característica. Antes del desfile de los querellantes, el juez hacía
presentarse a los presos por vagabundaje y ebriedad, recogidos en los clásicos
días consagrados a Baco. (…) El secretario, cumplidos los engorrosos
preliminares, señaló a los reos por delito de vagancia. (…) Como el juez
permaneciera silencioso, el secretario se atrevió a insinuar:
– Según la ley, la vagancia está penada…
– Perdone usted, Galíndez. Desde hoy en
adelante, mientras yo sea juez, los que no tengan domicilio fijo, los que no
ejerzan oficio ni trabajos conocidos, y a quienes se encuentre caminando o en
ociosidad constante por campos y poblados de mi jurisdicción, no serán
detenidos por la policía. Sé que contravengo la ley; pero he sido nombrado para
juzgar en conciencia…
[A los
que desistieren]
Escuche, secretario: “Todos aquellos que, en
vez de buscar amigablemente un arreglo a sus dificultades, se hayan presentado
o en adelante se presenten a esta secretaría y eleven una demanda y luego de
iniciada, desistan de proseguir en ella, y no concurran a la audiencia para la
cual fueron citados, se estimará que se han servido de este juzgado como de un
arma para infundir miedo, y como no es posible prestarse a manejos de esa
especie, y como ocurre que por verse libres de molestias y trámites judiciales,
muchos son capaces de soportar injusticias, a trueque de que se les deje en
paz; y como también sucede que quien revela haber arreglado un asunto con el
cuco del juez, bien pudo arreglarlo sin tan barato recurso, este juzgado, para
no verse empleado en tan deprimentes manejos, manejos que sirven para ahuyentar
soluciones de equidad, pena a cada uno de los querellantes desistentes a cinco
pesos inconmutables, a beneficio íntegro del secretario del juzgado, que no
está dispuesto a servir de metemiedo”.
[El
caballo perdido]
– Entre –dijo el guardián–. Este señor viene
a reclamar un caballo suyo que la policía encontró vagando por las calles. El
caballo está en los corrales del cuartel.
– El señor que llamaba –explicó [el
secretario] al oído de Solaguren- es dueño de un caballo que está en los
corrales de la policía.
– ¿Cómo? ¡La persona aquí presente dice lo
mismo!
Solaguren, inquieto, constataba que los datos
sobre el caballo que dieran ambos presuntos dueños, coincidían. Quedó perplejo.
Pensó en viejas historias, en sabios jueces árabes. ¿Qué hacer? Varios días
después se presentó el verdadero dueño.
– Palabras, palabras –anotó en su mente
Solaguren-, infiel traducción de las cosas, ¿cómo voy a creeros en adelante?
[Renuncia]
“Señor Intendente: (…) Yo, (…). Juez de la
subdelegación 13 y 14 rural del departamento de Santiago, presento la renuncia
de mi puesto (…), porque me encuentro confundido ante la evidencia que ahora,
para mí, existe de no poder hacer justicia entre los hombres. (…) He procedido
a juzgar cada caso en conciencia. A menudo mis fallos han contravenido vigentes
disposiciones legales; (…) poco a poco fui aproximándome a juzgar el principio
mismo que me movía: a juzgar la justicia. (…) ¿Sobre qué base fundar la
verdadera justicia? Estoy demasiado confundido; no veo cosa alguna con claridad.
Me ha traído este cargo una inquietud mayor ante la vida; por su causa, ahora
la comprendo menos. Sírvase US…”
[Publicado en La Semana Jurídica, Nº 306, 18 de Septiembre de 2006]