Señor
Director,
A
fines del año pasado el Contralor General de la República, de modo
premonitorio, anticipaba que "...hay un montón de cosas inapropiadas o muy
estúpidas que están pasando en el último tiempo...", calificando con
asertividad diversos cambios institucionales.
No
creo que exista un mejor observatorio que el órgano contralor, dirigido con
singular éxito en los últimos años, para escrutar las fuentes del abuso, del
descriterio, de la arbitrariedad, de la corrupción, del nepotismo, en fin, de
la ilegalidad (y de la inmoralidad) en el sector público y privado. Por cierto,
también para observar acciones nobles y correctas.
De
ahí que el contralor tenía y tiene buenas fuentes para su certeza.
En
lugar de indagar su pensamiento profundo y los temas de fondo, casi todos se
escandalizaron, pues su aguijón habría tocado al hipersensible y supuestamente
perfecto mundo de la política; pero sus palabras traslucían una ácida crítica
tanto al mundo público como al privado,
Hoy
observamos ciertos efectos del diseño institucional vigente y de la conducta de
políticos, de sus parientes y de agentes públicos y privados.
La
institucionalidad política pareciera no estar sana; los hombres que la manejan
cuentan con una altísima desconfianza de la ciudadanía, y eso no cambiará hasta
que no se realice la autocrítica y análisis de todo aquello que, con
naturalidad, debamos calificar utilizando la asertividad, conducta o modo que
pocos, tal como el Contralor, se atreven a utilizar.
Y
los ciudadanos necesitamos representantes certeros.
Pero
los modos que están más al uso son los extremos: o la pasividad o la
agresividad, lo que sólo denota inseguridad.
[El Mercurio, 3 de
marzo de 2015, Cartas, p. A2]