11 de junio de 2007

El curso del mundo y la justicia en Mahler


En la novena de Gustav Mahler (1860-1911), su tercer movimiento es una verdadera ruptura al conjunto de la sinfonía. Este desconcertante rondó burlesco (allegro assai) está situado entre el “lirismo” del andante inicial y la profundidad y belleza incomparables del adagio final.

El auditor aficionado y con oficio de jurista (no desde la “comprensión” de un musicólogo), en el tema, motivo y episodio de este rondó burlesco puede llegar a “sentir” el pathos de la justicia en el “curso del mundo”. Antecedentes biográficos y un análisis de su propia música permiten la conexión de esta música con la justicia.

Primero, unos testimonios del mismo Mahler. Él dedicaba la época estival para componer, alejado del “ruido”, en un lugar campestre. Mahler sufría con los ruidos, los que consideraba una “grosera violencia exterior”, y propiciaba “medidas públicas y severas multas contra los atentados al oído”. Decía: “Típica a esta mirada, es la historia de Federico el Grande y el molino, que ha sido aplicada a propósito de los derechos humanos y sociales. Está muy bien que el campesino pueda conservar sus derechos de frente al rey, pero la medalla tiene su reverso. El molinero y el molino deben ser protegidos en su dominio, pero solamente si las ruedas no crujiesen y no invadiesen descaradamente dentro del dominio de un espíritu ajeno, produciendo molestias y daños incalculables. ¿Qué pensamientos quizás ellos han aniquilado en un Voltaire cuando él era huésped de Federico el Grande, y qué perjuicios han así producido a toda la humanidad? La historia no lo dice”. (Mahleriana, 41).

[Resumimos esta conocida historia. Federico II tenía un palacio en las afueras de la capital, junto al cual había un molino de viento, cuyas aspas movían las ruedas de piedra, las que al moler producían mucho ruido. El rey, molesto, le llamó y dijo al molinero:
—No podemos seguir juntos en este lugar. Usted no tiene dinero para comprarme el palacio. Por eso será mejor que me venda su molino.
Dijo el molinero:
 —Usted tampoco puede comprarme el molino, pues no está a la venta. No lo venderé por ninguna suma. Aquí nací y aquí quiero morir.
 El rey respondió:
—Tasaremos ese viejo molino; le pagaré el valor resultante y mandaré arrancar esa máquina.
Entonces el molinero le contestó:
—Señor rey, eso lo podría hacer usted si no hubiera jueces en Berlín…
El rey Federico II no insistió más. El molino quedó en su lugar como un monumento a la justicia…]

Este es, entonces, el particular “sentimiento” de justicia en Mahler.

Segundo, una fisiognómica musical. El rondó en música, como en poesía, es la repetición del tema principal, una y otra vez, separados por episodios contrastantes, cambiando de tonalidad o volviendo a la inicial. Adorno ve en aquellos movimientos que no se detienen, que giran en sí mismos, el perpetuum mobile: al sujeto uncido al yugo del mundo; al “curso del mundo”.

En este rondó el sujeto está sojuzgado al “curso de la justicia del mundo”. Pareciera que hay una lógica que mueve la pluma del compositor en este rondó: ¡el dolor de la (in)justicia! La justicia hecha al sujeto (como en este caso, al molinero) puede convertirse objetivamente en injusticia.

Su instrumentación logra una textura sonora al límite de los estallidos. A las fanfarrias iniciales le siguen unos pasajes horrorosos, con trompas; parece sentirse la “medida por medida” de la justicia shakesperiana; en medio de una alegría temeraria, como si en cualquier momento pudiera todo precipitarse en un abismo sin fondo. El rompimiento burlesco que hay en este rondó es como la vana esperanza de una vida justa que podría ser posible y no es. Para Adorno es tan vana como la esperanza que se abre en la muerte de Joseph K. en El proceso de Kafka.

Escuchar a Mahler, es sentir algo más que la música… Él decía: “Mi música no es más que el ruido de la naturaleza”; en este rondó pareciera sentirse el ruido de la justicia…



[Publicado en La Semana Jurídica, Nº 344, 11 de junio de 2007]