30 de diciembre de 2005

Un administrativista en manos de un romanista


Con mucho gusto me he sumado al homenaje que la Pontificia Universidad Católica de Chile, la Universidad de Los Andes, la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y la Universidad Santo Tomás han querido rendir a la memoria de su amigo el profesor Álvaro d’Ors.

La verdad, como se descubrirá al hilo de mis palabras, es que mi elección para integrar la mesa de oradores en esta ocasión no puedo explicarla sino por mi conocida admiración a ese sabio maestro (unida a un profundo agradecimiento a la ayuda y amistad que él me dispensó).

Por cierto, también es explicable mi presencia aquí, dada mi amistad, incentivada por él, con dos de sus discípulos más queridos, que también y con más propiedad comparten este homenaje, como es el caso de Francisco Samper y Alejandro Guzmán. Igualmente, no puedo dejar de mencionar que la presencia de Joaquín García-Huidobro es grata, dado que con Joaquín nos conocimos en Pamplona, y compartimos muchas actividades con don Álvaro. Estar junto a dios en este homenaje me llena de satisfacción.

Pues los nombres de los hoy profesores Bertelsen, junto a Samper y Guzmán, dicho así a secas (usando sólo sus apellidos) a la usanza española, estos últimos dos discípulos directos del maestro, dejaron una huella en Pamplona; ellos cimentaron ante el maestro que homenajeamos, y en la pléyade de grandes profesores de esa querida Universidad de Navarra, un gran prestigio. Por lo tanto, fue facilitador para los doctorandos chilenos que llegarnos allí después de ellos, como fue mi caso, el de Joaquín (García Huidobro) y de tantos otros compañeros.

Yo puedo decir que nos beneficiamos ampliamente de la huella de magníficos estudiantes y universitarios que habían dejado los profesores Sampa, Guzmán y Bertelsen en esa Universidad. Fue evidentemente la puerta de entrada para poder unir nuestra admiración hacia don Álvaro con el contacto personal.

Y desde este punto deseo partir, pues yo no fui discípulo directo de d'Ors (menciono a partir de aquí sólo su apellido, pues así sugería que se refiriese uno a é l al citarlo como autor, en los escritos; pero se hacía difícil). Lo que haré será transmitir un perfil de su figura, como académico, desde la perspectiva de un doctorando de derecho público, específicamente de derecho administrativo, con una tesis más específica aún: de una disciplina derivada del derecho administrativo: de derecho minero.

1. Una explicación de la conexión de un administrativista con el maestro d’Ors

Mi paso por la Universidad de Navarra estuvo centrado en obtener mi grado de doctor en la disciplina del derecho administrativo. Así, fui adscrito al departamento correspondiente, y tuve como director de: tesis asignado a un especialista de esa materia, al prof. Francisco González Navarro. Pero, a pesar de que mi preocupación principal era y es globalmente la disciplina del derecho administrativo, y algunas de sus subespecialidades, como el derecho de minería, pronto descubrí que había allí en esa Universidad un sabio, con tal renombre que cabía intentar conectarse hacia él del modo que fuera.

Esta idea existía en casi todos los doctorandos. Por cierto todos con una gran admiración, pero cada uno debía ver, con alguna prudencia, ya veremos por qué, si se acercaba o no al maestro. Primero, era cautivante su presencia física, los rumores de cómo era él, de sus discípulos chilenos (y ahí surgían inmediatamente los nombres de Guzmán y Samper), de sus cursos llenos de alumnos, de los seminarios de los viernes repletos de profesores y alumnos escuchándolo, de sus libros, en fin, de su inigualable paso hacia su escritorio en medio de los anaqueles de derecho romano en el segundo piso de la biblioteca de Humanidades.

Como fuese, sin posibilidad de entrar en detalles ahora, hablé con mi maestro y lo convencí de la necesidad de que en mi tesis cabía efectuar una reconstrucción histórica, y eso me llevaba a las aguas del derecho romano, y… por supuesto, me acercaba a la posibilidad de contacto con el sabio d 'Ors. Yo argumenté que parecía aceptable que en mi tesis hubiese un primer capítulo de derecho romano; y así se conversó entre ellos. Ambos aceptaron y logré mi objetivo: quedé por un tiempo en las manos de d 'Ors. Más bien, en las manos y en los papeles de d 'Ors.

Él aceptó de muy buena gana que yo comenzara a trabajar n el tema de las minas ante el derecho romano, pero… existían algunos inconvenientes, a los que me refiero en seguida.

2. Antecedentes que parecían infranqueables para trabajar con d’Ors

a) Primer inconveniente: “el derecho administrativo no es derecho”. El maestro tenía ideas muy particulares sobre las disciplinas de derecho público, y en especial del administrativo, a tal punto, que una de sus primeras opiniones, ineludibles ante el tema, me dejaron atónito: el maestro dijo: “Vergara, en realidad el derecho administrativo ¡no es derecho propiamente dicho!, es más bien parte de la ciencia de la organización social, y eso ha de saberlo Ud. desde un primer instante; vea lo que digo en mi librito Una introducción al estudio del derecho (del cual incluso Guzmán Brito hizo una edición en Valparaíso).”

Si bien parecía chocante, operó en mí como un acicate: debía intentar comprender por qué él decía eso. Simplemente me llevó a leer todo lo escrito por d'Ors que llegara a mis manos, en relación al derecho público. Y fue sencillamente fascinante. Entonces, este primer obstáculo fue superado por mi entusiasmo y su aceptación.

b) Segundo inconveniente: el latín y el derecho romano. Mi falta de conocimiento aceptable del latín y de la disciplina del derecho romano, en forma, pues el que fue mi profesor de pregrado en la Universidad de concepción en realidad era un buen profesor y una gran persona, pero no un investigador de la disciplina; era de aquellos profesores de derecho romano que llamamos, y aún ellos mismos solían llamarse, “profesores de derecho civil con latinazgos”. Pues bien, me puse a leer desesperadamente textos recomendados de derecho romano, partiendo por el DPR del maestro (así llamábamos al Derecho privado romano de d’Ors) y a profundizar mi modesto latín. De igual modo, este segundo obstáculo medianamente fue superado por mi entusiasmo y su desesperación.

c) Tercer inconveniente: un desmayo mítico. Un hecho dramático sobre el cual todos nos íbamos enterando podría haber actuado como disuasivo a mi firme voluntad de trabajar con el maestro: otro chileno, un doctorando, que aun permanecía en Navarra, dedicado a otra disciplina de derecho vigente, se le había ocurrido la misma idea mía de hacer un capítulo introductorio de derecho romano y se había puesto bajo las manos del maestro. Todos escurrían el siguiente rumor: Que ese doctorando chileno, después de una primera reunión y de un tiempo suficiente de intenso trabajo, le había llevado a d'Ors la primera versión de su capítulo para la revisión de d'Ors. Pero, se decía que la reacción de d'Ors, después de leerlo, seguramente fue tan honesta y rotunda que nuestro compatriota cayó simplemente desmayado en medio de la biblioteca de Humanidades, ante lo cual don Álvaro desesperado pedía ayuda, diciendo: “se desmayó el chileno, se desmayó el chileno...”. Bueno, este era un mito que corría por los pasillos y habrá que averiguar de quién se trató. Este tercer inconveniente tampoco me amilanó.

d) Cuarto inconveniente: ni un cuarto de discípulo. Yo no iba a ser claramente un discípulo del maestro, ni siquiera un cuarto de discípulo, como una vez me espetó, pero él aceptó que trabajase en la materia de derecho minero romano, dirigido por él. Hice con mayor o menor fortuna un capítulo sobre derecho minero romano. Debo confesar que no me desmayé ante los comentarios que me hizo el maestro luego de revisar la primera versión, pero cerca estuve de un desvanecimiento.

Entonces, es a partir de esta experiencia, desde la que deseo remarcar las cualidades personales y académicas del maestro: de un doctorando que sólo por empeño personal fue aceptado cerca del maestro.

3. La dedicación del maestro a los escritos de sus discípulos o dirigidos
Ese capítulo derecho minero romano sólo pudo ser escrito gracias a la guía  de d 'Ors, y aprendí de él no sólo un poco de derecho romano (sólo por mis carencias era poco, pues tenía ante mí a una de las más eminentes figuras europeas de la disciplina) sino por su actitud académica y humana admirable.

a) Su dedicación al escrito. Cada vez que yo busqué un momento para hablar o necesité de su tiempo para la revisión de mis borradores, así fuese día sábado, nunca obtuve una respuesta siquiera que significase dilación. Guardo como un tesoro académico el primer borrador que él corrigió de mi capítulo. Revisó cada línea. Aún en sus más duros comentarios hacía una entrega y una delicada forma de transmisión de sabiduría; nunca un comentario de descalificación, ni demoledor. Sólo honesto. Esa honestidad bastaba en todo caso, para quedar demolido algunas veces. Me quedó grabado el comentario general que el escribió en mi primer borrador: “Es notoria su falta de familiaridad con el derecho romano…” En la última versión me decía que había logrado sólo acercarme un poco…

Después de varias correcciones, cada vez más profundas,  me dio el pase, y aceptó que ese capítulo integrase mi tesis doctoral, y ello fue motivo de una gran alegría. Pero al costo de dejar muy poco tiempo para el resto de los capítulos, pues he de confesar que el promedio de horas y días de cada página del capítulo de derecho romano, fue casi el triple que el del resto de los capítulos. Pero para mí eso fue cautivante, motivador, formativo. No tengo sino palabras de agradecimiento.

La lección fue para mí permanente: aprendí que los profesores debemos corregir como corresponde los papeles que presentan los alumnos, y aun más las tesis. Eso es duro, por cierto, pero es algo muy importante de la huella que dejó en mí el sabio maestro.

b) Su dedicación personal. Pero el hecho mismo de que este maestro tuviese puesta su vista en el modesto papel de un doctorando chileno, sin más antecedentes que esos, me llenaba de alegría y me dejó otra lección permanente .Yo, un simple chileno, soy motivo de  atención de d'Ors, me decía a mí mismo, para tratar de convencerme. Resultaba impresionante. Pero, al mismo tiempo, exigente, pues no resultaba adecuado ir a hablar con d'Ors sin tener preguntas inteligentes. Y é l mismo así lo decía: “pregunta el que puede, responde el sabe”.

4. Un romanista en la formación de un administrativista

a) En la defensa de la tesis doctoral. Y así se originó mi contacto académico con d’Ors. Pero él fue leal a este cuarto de discípulo, y me acompañó hasta el día mismo de mi defensa de tesis doctoral, evento en el cual él insistió que deseaba estar, aunque era raro ya que él me había “dirigido” en un capítulo de la misma.  Pero él quería ver también como defendía yo algunos aspectos de método que fueron quizás tan relevantes como el tema de fondo mismo, por ejemplo, el método de investigación retrospectiva de los institutos jurídicos, pues me hacía partir la exposición desde el presente, esto es, desde el derecho vigente, hacia atrás, como río arriba, hasta llegar “al manantial romano”  expresión que le gustó mucho que yo escribiese.

Igualmente aprovecho de recordar a otro gran maestro que integró el tribunal de mi tesis, don Ismael Sánchez Bella, quien me dirigió en toda la parte de derecho histórico, con el cual tengo deudas académicas paralelas a las de d’Ors.

Volviendo a d 'Ors, aún recuerdo que una vez finalizada la defensa, dado que él no asistiría al almuerzo de estilo, lo fui a dejar en mi auto a su casa, junto a mi mujer, y en el  momento de bajar del auto, al despedirme de él en esa ocasión, me entrega un ejemplar de su DPR (ejemplar que constituye uno de los tesoros de mi biblioteca), con una dedicatoria preciosa, muy significativa.

b) Ese capítulo de derecho romano de mi tesis fue afortunado, pues tuve la alegría de verlo publicado después en la Revista de Estudios Histórico-Jurídicos, gracias a Alejandro Guzmán.

Debo decir que seguramente el maestro debió haber sentido que con ese trabajo mío no quedaba para nada cerrado el tema; más bien al contrario; y fue así como más tarde entusiasmó seguramente a un discípulo, a Antonio Mateo, para que hiciese un trabajo sobre el derecho minero romano, recientemente publicado en 2001, el cual sí lo debe haber dejado conforme en cuanto a esfuerzo y resultados. A mí siempre me felicitó por el gran esfuerzo desplegado.

Pero así no termina mi conexión intelectual con d’Ors. Es más bien el comienzo.

5. La multitud de facetas científicas del maestro d’Ors

            Mi admiración por el maestro haría extensivo mi interés hacia otras facetas de la obra científica de d’Ors. Y a eso deseo referirme.

            a) El caso del dominio eminente. Ese fue otro capítulo de mi tesis doctoral, dado que existió en Chile una doctrina que explicaba el vínculo del Estado con las minas a través de ese concepto. Aunque no era un tema de derecho romano, el maestro nuevamente me dirigió el estudio de la materia introduciéndome en Grocio (siempre me repetía: Grocio fue un gran inventor de conceptos jurídicos), todos los racionalistas, hasta el derecho civil moderno. Dado que él notó que para el debate chileno era importante, me invitó especialmente a su seminario para que fuera ponente del tema, al que se le dedicó una tarde de discusión, a la que asistieron también algunos doctorandos chilenos. Fue un verdadero premio para mí como simple doctorando, exponer ante él y algunos de sus discípulos y doctorandos. Pero una lección por la variedad y amplitud de su mirada del derecho.

            b) La propietarización de los derechos. Luego de doctorarme, volví a Pamplona en varias ocasiones, durante el mes de febrero regularmente, y nuevamente me premió para exponer en su seminario otro tema que me preocupaba: lo que yo en definitiva llamé, con su ayuda, debo reconocerlo, la “propietarización” de los derechos, fenómeno cuya profundidad él percibió claramente. Nuevamente, demostraba el maestro su amplia comprensión. Me alegro de haber sido una especie de promotor, si bien le correspondió a Alejandro Guzmán hacer los aportes más significativos en este tema, a través de su libro sobre las cosas incorporales. Pero debo señalar que el maestro estuvo primero, incentivándome a mí a seguir con ese tema. Lamentablemente, no he tenido fuerzas ni ingenio para profundizarlo.

            c) Su posición sobre el derecho de propiedad y la economía. Mi admiración por el maestro me ha hecho republicar varios de sus trabajos en Chile (6 en total), pero el más arriesgado para nuestro medio tan liberal, fue su trabajo “Premisas morales para un nuevo planteamiento de la economía”, en la Revista Chilena de Derecho, en 1990, en donde afirma: “¡el comunismo es moralmente mejor que el capitalismo!” Luego otro escrito sobre la historia del derecho de propiedad y las modernas relaciones de trabajo en la empresa capitalista, en la Revista Temas  de la Universidad Gabriela Mistral.

            La verdad es que fue polémico aquél trabajo de 1990, y en los pasillos de la Universidad Católica varios se preguntaron sobre el tema; pero sólo escribió, contestándole a don Álvaro, el teólogo Jesús Ginés. Eso le gustó al maestro, quien me envió de su puño y letra la réplica, también publicada en esa Revista Temas. Eso muestra la atención que él dispensaba a las ideas ajenas y su ánimo por el debate académico.

            d) “Dedíquese mejor al derecho de aguas”. La verdad es que cuando le envié de regalo mi libro de derecho de aguas, en 1998, me hizo varios comentarios que denotaban su lectura de pasajes completos, lo que para mí fue y es motivo de orgullo. Pero es que él siempre me había insistido en me dedicara al derecho de aguas, más que al derecho minero. No sólo me lo decía porque sabía de mi tradición familiar, dado que mi padre había sido un especialista en la materia, sino por una razón extraacadémica: porque él consideraba que el derecho minero está cercano a una explotación realizada por extranjeros (así había sido en la Península Ibérica primero por los bárquidas y luego por los romanos; en América, primero por los conquistadores/colonizadores españoles y ahora por las empresas norteamericanas y de otros países, esto es, casi siempre extranjeras) y, agregaba: “Ud. tiene que ser abogado de extranjeros en definitiva. Distinto es el caso de las aguas, dado que la aprovechan los del lugar; y eso es socialmente más valioso”. Una idea del maestro…

e) Carl Schmitt. Mi admiración por este jurista alemán nació de mis conversaciones con d’Ors. No deseo profundizar esto, pero todos saben de la admiración de d’Ors por Schmitt, y de la nutrida correspondencia que mantuvieron (acaba de ser publicada en alemán). Esto se lo agradezco a él, y muchos en España ya reconocen el papel relevante de d’Ors en el conocimiento tan amplio que sobre el jurista alemán se tiene hoy.

f) Una crítica al maestro. Sólo meses antes de su deceso publiqué en nuestra Revista Chilena de Derecho una reseña a uno de sus últimos libros: El espacio y el derecho. Lamentablemente, no alcanzó a leerla pero supo de su preparación; aún más él me animó a hacerla, en un estilo admirable, sabiendo de mi disconformidad con su pensamiento en ese punto.

Qué distancia de argumentación entre mi sencilla reseña y su texto admirable, bello incluso, pero eso para mí es una de sus últimas lecciones: escríbala, a ver, a ver qué sacamos de ahí.

g) En fin, permítanme una debilidad, para referirme a una afición curiosa para algunos de mis amigos: mi juvenil y permanente admiración por Tintín, creado por el belga Hergé; o más bien por el fenómeno, por los álbumes y la literatura tintiniana, esa metáfora socio-política del siglo XX europeo. Cuando descubrí que d’Ors también compartía esa admiración, me dio ánimos para persistir en ella. Si el maestro se daba ese lujo, como me iba yo a avergonzar de este hobby mío, que hoy puedo considerar tranquila y públicamente como uno de los temas más serios a que dedico mi vida, por su cercanía con el alma humana.

6. El legado permanente de d’Ors para todo jurista: observad la multitud de libros, textos y temas que cubren su obra.

No puedo enumerar, pero muchas de ellas han sido y seguirán siendo importantes para mí.

Al comenzar a preparar este papel, tuve que mirar en varios sitios de mi biblioteca, en donde, diseminados en varios anaqueles, están los precisados ejemplares de los múltiples libros que sobre múltiples materias escribió d’Ors, y en los cuales siempre hay algo de interés. Dejando de lado su infinidad de aportes al derecho romano (sobre lo que no podría decir nada estando al lado de los romanistas Samper y Guzmán), sólo menciono algunos textos que les aseguro seguirán siendo muy importantes para nuestra formación:

a) Sus traducciones de la República y Las Leyes de Cicerón, con sus formidables prólogos.

b) Sus cuatro tomos sobre el Sistema de las Ciencias, que mis alumnos saben que abren cada curso de doctorado que realizo.

c) Su Nueva introducción al estudio del derecho, que es un verdadero golpe en la mente del jurista actual.

d) En fin, sus libros de escritos reunidos: desde sus escritos varios sobre el derecho en crisis; sus papeles del oficio universitario; los nuevos papeles; sus ensayos de teoría política; su Parerga Histórica; si crítica romanística; escritos todos estos para ser leídos una y otra vez; su preciado por razones de vivencia personal, La violencia y el orden, en donde hay una frase que deseo citar. Dice pertenecer a “una estirpe odiada por las izquierdas, pero que no inspira confianza a las derechas, quizás por su carácter puramente intelectual”.

Pero es que ahí está el valor de la obra permanente de d’Ors: su carácter puramente intelectual.

El intelecto de un romanista para todos los juristas.

            Yo le debo tanto… y sepa el lector que me emociono al cerrar este escrito en su homenaje. 




[En: Álvaro d’Ors, homenaje a un maestro (Santiago, Universidad Santo Tomás), 2005, pp. 87-98]