12 de marzo de 2007

¿Obedecer a la Ley o a la conciencia?



Antígona
Sófocles

Selección de Alejandro Vergara Blanco



[Creonte prohíbe que se dé sepultura a Polinices como castigo por haber atacado la ciudad. Antífona, hermana de Polinices, considera que enterrar a su hermano es un deber suyo ante los dioses y por lo tanto está por encima de cualquier ley o derecho humanos, que está dispuesta a desafiar sin importarle las consecuencias].

(Palacio real de Tebas. Es de madrugada. Salen de palacio Antífona y su hermana Ismene)

Antígona. ¿Qué edicto es éste que dicen que acaba de publicar el general para la ciudad entera? En él está prescrito que quien dé sepultura al cadáver de Polinices reciba muerte por lapidación pública en la ciudad. (…) Yo le enterraré. Hermoso será morir haciéndolo; (…) cometer un piadoso crimen.

[“Piadoso crimen”: Sófocles utiliza aquí lo que en retórica se llama oxímoron]

            (Antígona sale. Entra Creonte)

Creonte. Ya están dispuestos guardianes del cadáver.

            (Entra un guardián de los que vigilan el cadáver de Polinices, arrastrando a Antífona)

Guardián. Alguien, después de dar sepultura al cadáver, se ha ido, cuando hubo esparcido seco polvo sobre el cuerpo y cumplido los ritos que debía. (…) Esta es la que ha cometido el hecho. La cogimos cuando estaba dándole sepultura. (…) Y ahora, rey, tomando tú mismo a la muchacha, júzgala y hazla confesar como deseas.
Creonte. A ésta que traes, ¿de qué manera y dónde la has cogido?
Guardián. Ella en persona daba sepultura al cuerpo. (…) La he visto enterrar al cadáver que tú habías prohibido enterrar.
Creonte. (Dirigiéndose a Antífona.) Eh, tú, la que inclina la cabeza hacia el suelo, ¿confirmas o niegas haberlo hecho? (…) ¿Sabías que había sido decretado por un edicto que no se podía hacer esto?
Antígona. Digo que lo he hecho y no lo niego. (…) Sabía lo que estaba decretado.
Creonte. ¿Y, a pesar de ello, te atreviste a transgredir estos decretos?
Antígona. No fue Zeus el que los ha mandado publicar, ni la Justicia que vive con los dioses de abajo la que fijó tales leyes para los hombres. No pensaba que tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal pudiera transgredir las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Estas no son de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe de dónde surgieron.

            (Entran en escena Ismene y Hemón, hijo de Creonte)

Ismene. ¿Y vas a dar  muerte a la prometida de tu propio hijo?
Creonte. (Dirigiéndose a Hemón.) ¡Oh hijo! ¿No te presentarás irritado contra tu padre, al oír el decreto irrevocable que se refiere a la que va a ser tu esposa? (…) Al que la ciudad designa se le debe obedecer en lo pequeño, en lo justo y en lo contrario. (…) No existe un mal mayor que la anarquía.
Hemón. Padre, a mí, en la sombra, me es posible oír cómo la ciudad se lamenta por esta joven, diciendo que, siendo la que menos lo merece de todas las mujeres, va a morir de indigna manera por unos actos que son los más dignos de alabanza: por no permitir que su propio hermano, caído en sangrienta refriega, fuera exterminado, insepulto, por carniceros perros o por algún ave rapaz. (…) No mantengas en ti mismo sólo un punto de vista: el de que lo que tú dices y nada más es lo que está bien.
Creonte.  ¿No se considera que la ciudad es de quien gobierna?
Hemón. Es que veo que estás equivocando lo que es justo.

            (Sale Hemón precipitadamente) (Entra Antífona conducida por esclavos)

Creonte. La llevaré allí donde la huella de los hombres esté ausente y la ocultaré viva en una pétrea caverna, ofreciéndole el alimento justo, para que sirva de expiación sin que la ciudad entera quede contaminada. (…) Llevadla cuanto antes y, tras encerrarla en el abovedado túmulo, dejadla sola, bien para que muera, bien para que quede enterrada viva en semejante morada.
Antígona. ¿Qué derecho de los dioses he transgredido?

            (Sale Antífona de la escena conducida por los guardas) [Se ejecuta el decreto]

Mensajero. Han muerto, y los que están vivos son culpables de la muerte.(…) Hemón ha muerto. Su propia sangre le ha matado. Él en persona, por sí mismo, como reproche a su padre por el asesinato. (…) Tu mujer ha muerto. (…) Hiriéndose bajo el hígado a sí misma por propia mano, cuando se enteró del padecimiento digno de agudos lamentos de su hijo.

Creonte. ¡Ay de mí!



[Publicado en La Semana Jurídica, Nº 331, 12 de Marzo de 2007]