Textos escogidos por
Alejandro Vergara Blanco
(El vate
nacional se refiere, de manera pasajera a un notario; pero de manera directa y
doliente a legisladores, abogados y jueces)
En: Residencia en la tierra, 2 (1931-1935), “II.
Walking Around”:
“Sucede que me
canso de ser hombre.
Sin embargo
sería delicioso
asustar a un
notario con un lirio cortado (…)”.
En: Canto general (1950), especificado a las
leyes, jueces y abogados, en: “V La arena traicionada. Partiendo por el poema “La oligarquías”:
“No, aún no se
secaban las banderas,
aún no dormían
los soldados
cuando la
libertad cambió de traje,
se transformó
en hacienda:
de las tierras
recién sembradas
salió una
casta, una cuadrilla
de nuevos
ricos con escudo,
con policía y
con prisiones”.
Luego en: “Promulgación de la ley del Embudo”:
“Los
Parlamentos se llenaron
de pompa, se
repartieron
después la tierra,
la ley,
las mejores
calles, el aire,
Su
extraordinaria iniciativa
fue el Estado
erigido en esa
forma, la
rígida impostura.
Lo debatieron
como siempre,
con solemnidad
y banquetes,
primero en
círculos agrícolas,
con militares
y abogados.
Y al fin
llevaron al Congreso
la respetada,
la intocable
Ley del
Embudo.
Fue aprobada.
(…) Fuero para
el gran ladrón.
La cárcel al
que roba un pan.
París, París
para los señoritos.
El pobre a la
mina, al desierto.(…)”
Continua en “Los abogados del dólar”:
“Infierno
americano, pan nuestro
empapado en
veneno, hay otra
lengua en tu
pérfida fogata:
es el abogado
criollo
de la compañía
extranjera. (…)
Cuando llegan
de Nueva York
las avanzadas
imperiales, (…)
se adelanta un
enano oscuro,
con una
sonrisa amarilla,
y aconseja,
con suavidad,
a los invasores
recientes:
No es necesario pagar tanto
a estos nativos, sería
torpe, señores, elevar
estos salarios. No conviene.
Estos rotos, estos cholitos
no sabrían sino embriagarse
con tanta plata. No por Dios.
Tiene
automóvil, whisky, prensa,
lo eligen juez
y diputado,
lo condecoran,
es ministro,
y es escuchado
en el Gobierno.
El sabe quién
es sobornable.
El sabe quién
es sobornado.
El lame, unta,
condecora,
halaga,
sonríe, amenaza. (…)
Dónde habita,
preguntaréis,
este virus,
este abogado,
este fermento
del detritus,
este duro
piojo sanguíneo,
engordado con
nuestra sangre? (…)
Lo
encontraréis en la escarpada
altura de
Chuquicamata.
Donde huele
riqueza, sube
los montes,
cruza los abismos,
con las
recetas de su código
para robar la
tierra nuestra. (…)
(…) acusando a
su compatriota,
despojando
peones, abriendo
puertas de
jueces y hacendados,
comprando
prensa, dirigiendo
la policía, el
palo, el rifle
contra su
familia olvidada (…)”.
En fin, se
refiere Neruda a: “Los jueces”:
“No tuviste
razón, no tienes nada:
copa de
miseria, abandonado
hijo de las
Américas, no hay
ley, no hay
juez que te proteja
la tierra, la
casita con maíces.
Cuando llegó
la casta de los tuyos
de los señores
tuyos, ya olvidado
el sueño
antiguo de garras y cuchillos,
vino la ley a
despoblar tu cielo,
a arrancarte
terrones adorados,
a discutir el
agua de los ríos,
a robarte el
reinado de los árboles.
Te
atestiguaron, te pusieron sellos
en la camisa,
te forraron
el corazón con
hojas y papeles,
re sepultaron
en edictos fríos. (…)
El juez benigno
te lee el inciso
número
Cuatromil, Tercer acápite,
el mismo usado
en toda
la geografía
azul que libertaron
otros que
fueron como tú y cayeron,
y te instituye
por su codicilo
y sin
apelación, perro sarnoso.
Dice tu
sangre, cómo entretejieron
al rico y a la
ley? Con qué tejido
de hierro
sulfuroso, cómo fueron
cayendo pobres
al juzgado?”
[Publicado en La Semana Jurídica, Nº 295, 3 de julio de 2006]