En pleno verano, el
26 de enero de 2002, la "Revista de Libros" N° 664 (que se adjunta
cada sábado al diario "El Mercurio" de Santiago), editó un número
especial, sobre "Lecturas de Verano", en que diversos críticos hacían
recomendaciones. Entre ellos, Hernán Poblete Varas recomendaba, entre otros, un
libro de Literatura fantástica, agregando que "si un tonto grave le dice
que 'no está ni ahí' con Tolkien, recomiéndele que lea el Código de Hamurabi
(sic), pero en su versión original" (p. 8).
La reacción no se dejó
esperar, y el día 7 de febrero de 2002, la sección cartas del mismo diario
publicaba lo siguiente, que reproducimos, por su interés para el mundo jurídico:
Señor Director:
En la "Revista
de Libros" N° 663, de enero pasado, un comentarista de literatura sentenció
como un castigo apropiado para tontos graves (considerando como tales a los que
deseen leer novelas o libros " entretenidos" en verano), la lectura
del Código de Hamurabi (sic); con el agravante de que debiesen sufrir su
lectura "en su versión original".
Resulta curiosa la
alusión, como un ejemplo de fomedad, respecto de un testimonio jurídico de tal
relevancia, cuya lectura no evitaría ningún jurista informado, ni siquiera en
verano; y quizás sería esta la mejor época para apreciar con tranquilidad el
contenido de tal documento histórico.
La alusión adicional
a su "versión original" es incluso sorprendente, dado que el Código
de Hammurabi, rey de Babilonia, consta en un cilindro cónico de basalto, de
color negro, de más de dos metros de altura, cubierto en su mayor parte por
caracteres cuneiformes dispuestos en columnas y está escrito en lengua acadia.
En lo alto de esta monumental pieza se encuentra esculpida una escena de
solemne grandeza, en que aparece el rey de pie, orando ante Shamash, dios del
Sol y de la Justicia. Se estima que data de los años 1792-1750 antes de Cristo,
y consiste en una recopilación de derecho consuetudinario, de sentencias ejemplares,
promulgadas por el rey "para que su país tomara firme disciplina y buena
conducta".
Este código es una de
las piezas más insignes del Museo del Louvre; su conocimiento ha sido para
muchos juristas del mundo un Importante objetivo de su visita a París. Los
juristas chilenos que voluntariamente se deseen presentar a cumplir el castigo
deben dirigirse a la planta baja del ala Richelieu (Antigüedades orientales) de
tal museo.
En fin, puedo señalar
que existe una vía alternativa de cumplimiento de la pena: la traducción en la
colección "Clásicos del Pensamiento" de una conocida editorial
española.
[Publicado en La Semana Jurídica, 8 de abril, 2002]